Artículo de la REVISTA Nº 18.
Los Pirineos, la mayor cadena montañosa del Sudoeste europeo, constituyen la frontera natural entre España y Francia. Más de 400 kilómetros salpicados de cimas y valles de una belleza y riqueza natural extraordinarias que han sido testigo de relevantes hechos históricos, de aventuras y de leyendas, de fábulas y anécdotas.
Aníbal cruzó los Pirineos con sus huestes y elefantes camino de Roma, los árabes los franquearon para luchar con los francos, el ejército napoleónico para invadir España; peregrinos camino de Santiago de Compostela, exiliados republicanos o miles de judíos huyendo del terror; guerrilleros, pastores trashumantes, comerciantes y contrabandistas han atravesado estas montañas en busca de la salvación de sus vidas, sus almas o simplemente para hacer fortuna. Personajes como Roldán, el paladín franco, el filósofo judío Walter Benjamin, la escritora polaca Françoise Frenkel, la emperatriz Eugenia o el explorador francés Lucien Briet están ligados a la historia o la leyenda pirenaica.
Aunque la cordillera se formó hace millones de años como consecuencia de la “orogenia alpina” que plegó y elevó los sedimentos depositados hasta 3000 metros de altitud, es mucho más poético remitirse a la leyenda de Pirene para explicar su origen. Pirene era la hija del dios Tubal, amada por Hércules y muerta por un monstruo tricéfalo llamado Gerión que no pudo soportar que sus amores por la bella Pirene no fueran correspondidos. Sostenemos pues que fue Hércules quien, para honrar a su amada, construyó un mausoleo de rocas creando de este modo los Pirineos.
Son muchos los ríos y valles, ibones (lagos glaciares), bosques, gargantas y senderos que se esconden bajo estas majestuosas y amenazantes cumbres donde el ser humano, como en todos los lugares de la Tierra en que se lo ha propuesto, ha ido ganando terreno a la Naturaleza. Hoy en día los Pirineos albergan estaciones de esquí, balnearios, complejos hoteleros, campings e instalaciones de recreo para todos los públicos. Lejos quedan los tiempos en que el mencionado Lucien Briet recorría estos parajes, entonces desiertos, donde saltaban los extintos bucardos y era fácil observar urogallos o quebrantahuesos.
Pero el corazón del Pirineo, indómito como algunos de sus habitantes más legendarios, resiste en su fortaleza pétrea y helada. Lucha contra la especie humana, contra el cambio climático, contra la erosión y el paso del tiempo. Pelea y resiste, ofreciéndonos aún parajes únicos a ambos lados de la frontera que marcan sus aristas.
Sería imposible describir el Pirineo en toda su extensión por lo que a modo de ejemplo, relataré un viaje de 5 días que comenzó en Huesca y terminó en el Bearn en Francia. La ciudad de Huesca es pequeña y acogedora, destacando su coqueto centro histórico de estrechas y empedradas callejuelas que, jalonadas por curiosas plazas, convergen en la hermosa catedral de estilo gótico en cuyo interior luce el retablo renacentista en alabastro de Damían Forment. Junto a la catedral destaca el edificio del Ayuntamiento y a unos cientos de metros el monasterio de San Pedro el Viejo, románico del siglo XII y considerado Monumento Nacional. Si seguimos descendiendo, pasaremos por la “Plaza del mercado” para finalizar en El Coso, la calle principal y centro de la vida social de la ciudad. Caminando por el Coso bajo encontraremos la Iglesia de San Lorenzo, patrón de Huesca, y en cuyo honor se celebran todos los agostos unas bullangueras y divertidas fiestas. No hay que partir hacia la montaña sin probar alguna de las especialidades gastronómicas de la tierra (longaniza, ternasco, trenza de Almudévar, cardo con bechamel y piñones,…..)
Dejamos Huesca para tomar la antigua carretera hacia Pamplona. Resultaría más rápido y cómodo tomar la autovía que lleva directamente a Jaca pero la ruta resulta menos interesante. A apenas 30 kilómetros de la capital oscense hacemos nuestra primera parada: Loarre. Toda la llanura está dominada por el poderoso castillo construido en el siglo XI por orden del rey Sancho III, en su guerra contra los musulmanes que en esa época aún controlaban la mayor parte del territorio aragonés.
Tras visitar el castillo, nos ponemos nuevamente en carretera para detenernos unos pocos minutos más tarde a contemplar el imponente farallón de los Mallos de Riglos, casi 300 metros de pared vertical que adquiere un intenso color naranja bajo el asfixiante sol de estos calurosos días de verano.
Antes de llegar a Jaca merece la pena desviarse hacia Santa Cruz de la Serós con su románica y sólida iglesia de Santa María y continuar hasta el Monasterio Viejo de San Juan de la Peña que, junto a las tumbas de algunos reyes de Aragón y Navarra, encierra intrigantes historias y devotas leyendas. Se dice que el Santo Grial fue custodiado en el monasterio durante algún tiempo.
Jaca es ... el artículo completo lo encontrarás en la revista nº18
Comentarios