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SANTOS MÁRTIRES

SANTOS MÁRTIRES

PATRONES DE SANTANDER

Hijos de un centurión romano, los hermanos Emeterio y Celedonio oriundos de Calahorra (la Rioja, ciudad que también les vio morir) se alistaron al servicio del ejército romano, lo que les alejó durante un tiempo de su tierra natal.

Muchas son las lecturas que podemos encontrar sobre la verdadera historia de Emeterio y Celedonio, pero intentando aproximarnos lo máximo posible a lo sucedido y mezclando los documentos encontrados y la tradición popular hablada, os contaremos que, Emeterio y Celedonio al llevar años en el ejército, y ver que el Imperio Romano al que tanto defendían había perdido su esplendor, reconocieron la gran cantidad de hombres que se habían sucedido en el trono habiendo logrado sus éxitos a costa del sacrificio del pueblo.

Fue el emperador Diocleciano que se consideraba a él mismo la reencarnación de Júpiter y cegado por su ambición, perseguía a los que osaban hacer la señal de la cruz en su presencia.

Los dos hermanos, que habían sido educados por su padre en el cristianismo, demostraron tener una Fe inquebrantable en Cristo y no así al Imperio romano y a sus gobernantes de los que habían visto tanta injusticia, avaricia y falsedad. Ambos hermanos siguieron a su padre, San Marcelo, de regreso a su ciudad natal Calahorra donde profesaron su fe cristiana en una de las ciudades cristianas más antiguas de España.

Tal era su devoción, que a pesar de sufrir persecuciones y el encarcelamiento donde fueron sometidos a durísimas torturas, nunca renegaron de su Fe.

Los soldados que los tenían sometidos, condujeron a Emeterio y a Celedonio, fuera de las murallas de la ciudad, al lado del río Cidacos. Allí ofrecieron su vida como sacrificio para renacer al lado de Nuestro Señor. Y como último gesto de su devoción, antes de ser decapitados, Emeterio lanzó su anillo al cielo y Celedonio un pañuelo, como símbolo de entrega a Dios.

Con motivo de las invasiones musulmanas, los habitantes de la Península Ibérica se preocuparon de poner a salvo las reliquias de los Santos y llevarlos a sitios seguros.

A partir de este punto la leyenda se mezcla con la historia y se cuenta que las cabezas de los dos fueron depositadas en una barca de piedra en el río Ebro que milagrosamente flotó y siguió el curso del río hasta desembocar en el Mediterráneo, rodeando la Península Ibérica y llegando a Santander.

Al llegar la barca a la bahía atravesó una roca y quedó la forma por la que se caracterizó la isla de la Horadada (desaparecida hace años por un temporal y llamada antiguamente Peña de los Santos Mártires) varada en la playa en el Cerro de Somorrostro al que en aquél entonces bañaban las aguas del Cantábrico, donde las cabezas fueron recogidas por los habitantes de la villa y escondidas.

 


FOTOGRAFÍA LIVING CANTABRIA

Las reliquias se depositaron en el antiguo monasterio, lo que provocó un aumento poblacional alrededor de él. Durante el reinado de Alfonso II de Asturias, el monasterio pasó a ser abadía, que se conoció como Abadía de San Emeterio, siendo promocionada posteriormente, durante el reinado de Alfonso VII de León, a colegiata y ya en los siglos XIII o XV se comenzaría a construir la iglesia superior.

En el siglo XVI, más concretamente en 1533, se redescubrirían las reliquias situadas en la antigua cripta de la hoy conocida como la Iglesia del Santo Cristo. Este suceso no nos debe extrañar pues en ocasiones se escondían las reliquias importantes para prevenir su robo o saqueo, provocando que posteriormente no se conociera o recordara su localización exacta dentro de la Iglesia o edificio en donde se situaban.

Finalmente, en 1754, la colegiata pasó a ser Catedral, pues se creó la Diócesis de Santander hecho que facilitaría que en 1755 se concediese a Santander la categoría de ciudad y capital de provincia.

El Obispo Menéndez Luarca, devoto de San Emeterio y San Celedonio, consagró una de las campanas de la catedral con el nombre de “campanón de los Santos Mártires” y la otra “de la Virgen del Carmen”, subrayando con ello la naturaleza fundamentalmente marítima de Santander.

Algunos estudios de la historia de Santander apuestan por que el nombre de Santander tiene su origen, en Sant Emeter. Por el contrario, otros estudios exponen que el origen del actual nombre de Santander parte de la existencia de una ermita medio caída que se llamaba “San Andrés” (a cuyo santo estaba dedicada) y se encontraba emplazada en la falda opuesta de la colina que va desde San Román – Peñacastillo hasta el Sardinero; con ello, llega a la conclusión de que no es descabellado pensar que en aquel lugar se asentase una parte de la población antigua y que dicha ermita (de San Andrés) fuese su iglesia parroquial, derivando el término de Sancti Andreae a Sant Ander y posteriormente siendo desfigurado hasta alcanzar el término actual de “Santander”; continuando con esta hipótesis, Martínez Mazas considera que es verosímil que edificado después el monasterio y nueva parroquia en donde hoy se halla la catedral, la población se desplazase a los alrededores de dicho monasterio.

A partir de su declaración como Patronos de la Diócesis y de la ciudad de Santander, es por lo que cada 30 de agosto y hasta la actualidad se ha celebrado la festividad, habiendo oficios religiosos desde el siglo XVI, los cuales siempre han abarcado misa, procesión y exposición para la veneración de las reliquias.

Bibliografía:

Casado Soto, J. L. (2000): Cantabria vista por viajeros de los siglos XVI y XVII, Centro de Estudios Montañeses, Santander.

Crespo, M., González, F. J. y Merino, S. (2001): Las fiestas populares del municipio de Santander, Editorial Ayuntamiento (Sociedad de Artes Gráficas J. Martínez), Santander.

González Echegaray, J. 1997): La catedral: primer monumento de Santander, Ayuntamiento de Santander, Santander.

Hoz Teja, J. (1949): Los Santos Mártires: sagradas reliquias de San Emeterio y San Celedonio en la Iglesia de Santander, Editorial Cantabria, Santander.

Martínez de Mazas, J. (2002): Memorias de la Iglesia y Obispado de Santander / J. Martínez Mazas; estudio, transcripción y notas por Joaquín González Echegaray, Editorial Besaya, Cantabria

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