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GALÁPAGOS – UN VIAJE A LAS “ISLAS ENCANTADAS”

GALÁPAGOS – UN VIAJE A LAS “ISLAS ENCANTADAS”

Texto: Orestes Cendrero Aso.
Fotografías: Pedro Barreda, Aaron Lee, Ricardo Riancho.

El Archipiélago de Colón, nombre oficial de las Islas Galápagos, se sitúa en el Océano Pacífico sobre la línea del ecuador terrestre, a unos mil kilómetros al oeste de la costa de América del Sur.  Lo constituyen trece grandes islas y más de un centenar de islotes y arrecifes que totalizan una superficie de 7.898 kilómetros cuadrados. Son unas islas de origen volcánico, volcanismo que todavía es apreciable de forma activa en algunas de ellas,  y, en términos geológicos, se puede afirmar que son islas recientes: las más antiguas tienen entre 4 y 5 millones de años mientras las más jóvenes apenas llegan a los 750.000 años (la Tierra data de hace más de 4000 millones de años).

Pero la gran singularidad de las Galápagos no es su origen geológico sino el lugar donde han aparecido. Se han formado en la confluencia de 4 grandes corrientes oceánicas  y este encuentro de aguas frías y calientes genera una vida marina de gran diversidad: más de  600 especies de peces habitan sus costas convirtiendo el archipiélago en un auténtico paraíso para los mamíferos y aves marinas  que se alimentan de estos peces. Curiosamente, las islas albergan también  numerosas especies de animales terrestres (tortugas, iguanas o lagartos).Además, su distancia del continente,  su relativa juventud y su aislamiento hasta fechas muy recientes (S.XVI) han provocado que la fauna que las habitan sea única y haya evolucionado de una manera muy particular.

 

 

Unas islas malditas.

Las islas Galápagos no fueron descubiertas hasta el año 1535 d.C. cuando la nao en la que viajaba Fray Tomás de Berlanga, Obispo de Panamá, con destino a Perú fue desviada por una tormenta. La primera impresión que causa el archipiélago sobre el ser humano es desoladora: una costa abrupta y negruzca, sin apenas vegetación, con grietas de las que emana fuego y habitada por unas criaturas horribles semejantes a dragones, es calificada por sus descubridores como el “infierno sobre la tierra”. Durante los dos siglos posteriores a su descubrimiento  las Galápagos parecen encerrar un misterio que aleja a los navegantes :  la bruma y las corrientes cambiantes hacen aparecer su contorno súbitamente para hacerlo  desaparecer instantes después, lo que provoca que los marinos las denominen las “Islas encantadas”.

No es hasta el siglo XVIII cuando piratas, balleneros y cazadores de focas empiezan a frecuentar las islas, provocando las primeras alteraciones medioambientales sobre unos animales que, en un lugar sin apenas depredadores y sin contacto previo con el ser humano, no intentan huir ni ofrecen resistencia a ser capturados. En uno de los barcos balleneros, el Acushnet, viaja el famoso escritor Herman Melville, el autor de Moby Dick, que en un libro titulado “Las Encantadas” relata su experiencia en las Galápagos. Escribe Melville: “Es muy dudoso que haya un lugar en la Tierra que se pueda comparar en desolación con este archipiélago. No se oyen voces, ni balidos, ni aullidos, el sonido característico de la vida aquí es un siseo. La escasa vegetación que se encuentra en las islas es más ingrata que la desnudez del desierto de Atacama. Tan solo en un mundo caído podría darse semejante paisaje”.

Es también a finales del siglo XVIII cuando las Galápagos comienzan a despertar el interés científico y en 1790 Alessandro Malaspina, comisionado por la Corona Española,  realiza la primera expedición científica al archipiélago.

 

 

En 1807 se registra el primer asentamiento humano  y en 1832 las Islas Galápagos se incorporan oficialmente   al territorio de Ecuador,  bajo cuya bandera permanecen hoy en día a pesar de las tentativas de compra por parte de Estados Unidos y el Reino Unido. Es a partir de esta época cuando se establecen las primeras residencias permanentes y comienza la explotación comercial del archipiélago.

Un visitante excepcional

En 1835 un navío inglés, el HMS Beagle, de regreso a Europa, decide realizar una escala  de  cinco semanas para cartografiar las islas. A bordo viaja el naturalista Charles Darwin, que en un principio parece tener la misma percepción del archipiélago que otros visitantes. Robert Fitzroy, capitán del Beagle, relata en el diario de a bordo la llegada del barco a “una costa de todos los diablos”. Pero Darwin, inspirado por su espíritu creativo, aprovecha la menor ocasión para descender a tierra y recoger animales y plantas, y comienza a ver las Galápagos como nadie lo había hecho previamente. Escribe Darwin: “Aquí tenemos la sensación de que estamos algo más cerca de ese gran acontecimiento, ese misterio de los misterios, que es la aparición de nuevos seres sobre la Tierra”. Algunos años más tarde, en 1859, publica el “Origen de las Especies” que revoluciona la ciencia moderna.

Las Islas Galápagos han sido definidas como el “laboratorio de la evolución”. Pocos lugares en nuestro Planeta muestran tal diversidad de especies que presenten un cambio evolutivo tan significativo, y sin duda, el archipiélago constituyó un elemento clave para la elaboración de la teoría de la evolución de Darwin.

 

 

Un ecosistema vulnerable

Actualmente las Galápagos son las islas tropicales más protegidas del mundo: la gran parte de su fauna y flora es endémica y se ha preservado gracias al aislamiento del archipiélago durante siglos. Pero desde hace poco más de doscientos años una gran amenaza se cierne sobre este santuario de vida natural: el hombre. A pesar de que el archipiélago fue declarado “parque natural protegido” por el gobierno ecuatoriano en 1959 y “patrimonio de la humanidad” por la UNESCO en 2001, la acción humana ha sido devastadora. Aunque solamente el 1 % de las especies existentes antes de la llegada del primer hombre ha desaparecido, más del  50 % están amenazadas o en peligro de extinción.

La sobreexplotación pesquera, la minería y más recientemente el cambio climático y el turismo están alterando el equilibrio natural de las islas. Cada año más de 150.000 turistas visitan las Galápagos y en un corto espacio de tiempo la población residente  ha pasado de menos de 2.000 habitantes a más de 30.000. Con el tráfico constante de pasajeros y mercancías, han llegado las especies éxoticas o invasoras amenazando el frágil equilibrio  del archipiélago.  Estas especies invasoras incluyen 30 vertebrados, incluyendo 1 pez de agua dulce, 2 anfibios, 4 reptiles –geckos-, 10 aves y 13 mamíferos, casi 550 especies de invertebrados, y 750 especies de plantas.

 

 

Visitar Galápagos

La forma más frecuente de visitar el archipiélago es contratar un circuito en uno de los numerosos barcos que están autorizados a realizar actividades turísticas. El circuito puede incluir también el viaje en avión desde el continente (Quito o Guayaquil son los aeropuertos con más conexiones). Los precios de estos circuitos varían según su duración y las características de las embarcaciones. Un circuito estándar puede rondar los 3000/4000 dólares por persona y semana, vuelos aparte. Una opción más económica si se dispone de tiempo es negociar en las propias islas e intentar completar el pasaje de un barco que ofrezca alguna plaza disponible de última hora. 

Las Islas Galápagos son un lugar único para la observación de fauna: La confianza de los animales ante la presencia humana y la accesibilidad del terreno facilitan el contacto directo  con la mayoría de las especies del archipiélago. Sorprende la indiferencia y quietud de las grandes tortugas o iguanas terrestres frente la excitación de los turistas que se apresuran a fotografiarlas.

Resulta fascinante encontrarse en medio de una colonia de aves marinas y contemplar, a escasos metros de distancia, el cortejo de las parejas, la construcción de los nidos, la incubación o la eclosión de las puestas, la alimentación y las primeras prácticas de vuelo de los pollos.  Roquedales poblados de piqueros, albatros, gaviotas de lava, rabijuncos, fragatas o pelícanos, con mención singular al pingüino de Gálapagos, único que habita en esas latitudes o el cormorán áptero, incapaz de volar pues  sus alas han evolucionado hasta convertirse en aletas para nadar.

Y merece la pena sumergirse en las aguas que rodean las islas y bucear rodeado de iguanas marinas, entre bancos de peces multicolores, mientras los cachorros de los leones marinos se acercan, curiosos, a juguetear contigo.

Pero no debe olvidarse jamás que las Galápagos son un espacio natural único, frágil y muy vulnerable, y que el turismo debe hacerse de una forma responsable y respetuosa con los seres vivos que lo habitan, para que las próximas generaciones puedan seguir disfrutando de los secretos de las “Islas Encantadas”.

Artículo publicado en nuestra revista nº4 de Santander en tu mano.

 

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