por Elena Pérez
Cuando a alguien se le pregunta por los mayores logros del hombre en su historia, enseguida aparecen objetos, como la rueda, dominio del entorno como el control del fuego, grandes inspiraciones como la electricidad, son sin duda, grandes logros del humano, pero suele olvidarse algo pequeño y puntiagudo, que tiene casi tanto tiempo, como el humano lleva erguido y sigue usándose.
Hablo de la aguja.
La herramienta que durante los primeros años del hombre supuso la diferencia entre morir de frío y no morir. Al primer homínido que se le ocurrió la brillante idea, de unir dos pieles con un pelo o una tripa, pinchando el tejido con esta herramienta… tuvo sin duda una de las mayores ideas de la humanidad, suponiendo a su vez uno de sus primeros avances tecnológicos de la historia de la humanidad.
Desde su primera costura la aguja, ha viajado en el tiempo acompañando a los hombres hasta el día de hoy. Las primeras agujas de madera o hueso, quizá no fueran muy finas, ni pequeñas… pero si fueron las primeras en confeccionar las primeras prendas que se vistieron en el mundo, poco a poco evolucionó junto a las personas, cada vez de hueso más fino, luego de metal, hasta poco a poco llegar a las que conocemos nosotros y que tan fácilmente podemos encontrar.
Curiosamente hasta la llegada de la revolución industrial, las agujas de calidad, eran un bien apreciado, protegido y hasta heredado. Una buena aguja podía suponer la diferencia de un acabado de calidad o un costurón que diera pena verlo.
El uso de esta herramienta o coser a mano es una habilidad que ha tenido sus altos y sus bajos, sobre todo después de la aparición de la máquina de coser, invento atribuido a Thomas Saint en 1790, pero en siglos anteriores casi todas las mujeres y muchísimos hombres sabían usar una aguja y conocía la importancia de ellas, tanta importancia, que esa misma herramienta que se usaba para remendar un pantalón, era la misma para “remendar” a una persona.
La costura a mano era un necesidad o una forma de entretenimiento, las mujeres y hombres que tenían poder adquisitivo para hacer que otros cosieran por ellos, dejaban el trabajo a costurera y sastres, convirtiendo la costura en uno de los primeros y más antiguos oficios, hasta el día de hoy, los demás tenían que arreglarse en casa o reformar prendas de estilos anteriores, durante muchos años los trajes de alta calidad se terminaban de coser con el usuario puesto, pero el concepto de moda no tenía mucho que ver con la idea que tenemos ahora de ella. Las prendas debían durar y por ello se cosían a conciencia y eran revisadas cada cierto tiempo, para asegurarse de arreglar o retocar cualquier descosido o rasgón que pudiera producirse, era muy común en los bailes de sociedad, que un caballero bailando, pisara un volante y este se desprendiera un poco descosido, las damas de compañía o las acompañantes, podían retirar se junto a su señora al “tocador” para arreglar ese pequeño roto, por ejemplo, el remiendo es otro ejemplo no tan lejano de la necesidad de una aguja para el mantenimiento de las prendas. Seguramente si recurrimos a nuestra abuelas e incluso a nuestras madres, están pueden acordarse de remendar o ver remendar a alguien.
Aunque se pueda pensar que coser a mano o bordar es cosas de abuelas o de otro tiempo, sigue habiendo una gran tradición de costura recreativa, como es bordar, la costura como hobby ha tenido más o menos aceptación durante el siglo XX y XXI, en estos momento hay un resurgimiento de estas manualidad o antiguamente llamadas labores de aguja, pero realmente lo más bello de la costura a mano es noticia, temporada tras temporada, pero ¿donde lo encontramos? En los talleres de alta costura sigue viva la tradición del detalle a mano. Una prenda cosida a mano, lleva horas coserla y la destreza que se necesita para hacer acabados de alta calidad es una de las cosas que diferencia hoy en día, la ropa de alta costura. Muchas de esas prendas que vemos en pasarela, tan delicadas, tan mágicas… están cosidas a mano, por especialistas que trabajan para los grandes modistos y que pasan horas, puntada a puntada haciendo esa magia que solo se hace cuando uno cose con profesionalidad, con amor a su trabajo y con el arte de las manos.
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